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Conoce a tu Dios: Soberano, Dios de Amor y de Ira.

  • Foto del escritor: Eduardo Elvir
    Eduardo Elvir
  • 13 feb 2023
  • 6 Min. de lectura


Estás a punto de leer la última parte de nuestra serie «Conoce a tu Dios», en la cual hemos emprendido un viaje para conocer al único Dios real y verdadero, un viaje para conocer a Jesús (Jn 17:3). Si no has leído los artículos anteriores, te recomendamos que puedas hacer clic aquí para leerlos desde el inicio, y puedas comprender mejor la lectura del día de hoy.


Hoy finalizaremos con los siguientes atributos: La soberanía, el amor y la ira de Dios.


El Dios Soberano

Quizás uno de los conceptos más cuestionados en cuanto a Dios es su soberanía. Desde el punto de vista cristiano, incluso se ha llegado a debatir si su soberanía es parcial o completa en cuanto a temas de salvación y predestinación. Sin embargo, lo primero que se debe considerar para comprender la soberanía de Dios y su alcance, es lo que su misma palabra revela. Salmo 135:6 dice: «Todo cuanto el SEÑOR quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos». Entre todo lo que el salmista menciona acerca de Dios, él recalca el hecho de que Dios hace lo que le place. La confusión radica muchas veces en que, si Dios es soberano, ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué no arregla el universo? Para responder a estas preguntas es necesario definir algunas ideas.


En primer lugar, la capacidad o el poder que Dios tiene no lo obliga a hacer lo que nuestras mentes finitas piensan que Él debe hacer. La soberanía de Dios va de la mano con su eterna sabiduría y conocimiento de todas las cosas. Dicho de otra forma, Dios sabe lo que hace, cuándo lo hace, cómo lo hace; y de igual forma Él sabe por qué deja de hacer algunas cosas, o no las hace como a nosotros nos parece que debería hacerlas.


En segundo lugar, Dios tiene el curso de nuestra realidad en sus manos, y de acuerdo a su palabra, Él pondrá todas las cosas en orden en su debido tiempo. Efesios 1:10 declara: «para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo, esto es, reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra». La realidad es que Dios conoce los tiempos y está fuera del tiempo mismo. Él ha prometido redimir al universo de los resultados del pecado que aparecieron desde la caída de Adán y Eva. Incluso, podríamos argumentar que la paciencia de Dios para no juzgar al mundo y condenarlo como debería hacerlo, es simplemente un rayo poderoso de luz de su amor; ya que está esperando que cada persona pueda tomar una decisión consciente de seguirlo o rechazarlo (2 Pe 3:15). Dios lo hará y como lo declara el versículo en Efesios, lo hará a través de Jesucristo, quien es el elemento o personaje central de todo el escenario y por medio de quién todas las cosas tienen su existencia y funcionamiento correcto (Co 1:16).


Esto nos lleva al tercer punto, y es que la soberanía de Dios se lleva a cabo a través de su Hijo Jesucristo. Un predicador una vez dijo que, si Jesús es Señor de su vida, entonces Él puede decirle cómo debe vivirla. El peor error que podemos cometer como seres humanos es, cuestionar la soberanía de Dios para utilizar nuestras vanas conclusiones como una excusa a modo de vivir nuestra vida ignorando el consejo de Dios. Jesucristo es el Señor de todas las cosas y Él es también el fiel y buen pastor de nuestras almas. Solamente Jesucristo puede traer el balance y la plenitud necesaria a cada persona en esta vida. Pero nadie puede tomar a Jesús y obligarlo a que Él esté de acuerdo con todas las cosas que pensamos, ya que no funciona así. Dios ha decidido crearnos y sabe lo que es mejor para nosotros, por ende, en última instancia lo más sabio que cualquier persona puede hacer es reconocer el señorío de Cristo y someterse a su soberanía para poder encontrar dirección para su camino.


Ciertamente los beneficios de obedecer a Cristo son muchos, y esto nos lleva a explorar dos de los atributos de Dios que según muchas personas parecen contraponerse: el amor de Dios y la ira de Dios.


El Dios de amor

1 de Juan 4:8 declara que «Dios es amor», no que Dios tiene amor, sino que Él mismo es la gran definición de amor. Por años el ser humano ha intentado definir lo que es el amor; sin embargo, el gran error que se ha cometido es tratar de definir el amor a partir de la fragilidad del ser humano. El ser humano no puede definir el amor tomando en cuenta lo que ve a su alrededor, ni como resultado de las relaciones humanas. Solamente Dios puede darnos a conocer lo que es el amor, ya que es uno de sus atributos.


El amor es uno de los aspectos centrales del carácter santo y perfecto de Dios. Esto significa también que, el amor no está en conflicto con sus demás atributos, ni siquiera con su ira santa. Todo lo que Dios hace es amar, así como todo lo que hace es perfecto, santo y justo. Dios es el ejemplo perfecto del verdadero amor porque en todas y cada una de sus relaciones con los seres que Él ha creado, debe rebajarse y desprenderse para enriquecer a otro.


Dios es amor porque sostiene el universo. Dios es amor incluso cuando una persona es condenada en el infierno, aunque parezca muy estricto; ya que, Dios ama tanto a esa persona como para obligarla a hacer algo que definitivamente no quiere hacer, como lo es estar en comunión con Dios por toda la eternidad; incluso luego de ver todas las evidencias del amor de Dios en la creación. La realidad que no debemos ignorar es que ese amor que forma parte de los atributos de Dios no va en contra de su justicia, y de cierta forma no se opone a su ira; sino que, solamente la retrasa para darle oportunidad al incrédulo.

El Dios de Ira

Como mencionamos anteriormente, el amor de Dios no se opone a su ira. De hecho, este guarda una relación bastante cercana con ella. Cuando se menciona la ira de Dios, por lo general, el oyente promedio expresa rechazo debido a que la ira supone un juicio negativo en contra de la persona condenada. Una definición general de la ira es: «una respuesta emocional a la percepción de lo que se considera moralmente malo y la injusticia». La ira se expresa a través del enojo, indignación, cólera e incluso irritación. De hecho, aún los seres humanos expresan ira; sin embargo, la ira de Dios es santa y siempre justificada, mientras que la ira del hombre rara vez es justificada.


En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios responde con ira ante el pecado y la rebeldía del ser humano. Uno de los casos más comunes es cuando el ser humano sucumbe ante la idolatría, ya que no quiere someterse al mandamiento del verdadero Dios. La ira de Dios es consistentemente dirigida hacia aquellos que se oponen a su voluntad obstinadamente (Dt 1:26-46).


En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús apoyan el concepto de Dios como un Dios de ira que juzga el pecado. Lo más increíble no es que Dios derrame su ira, sino que Dios es excesivamente paciente para derramar su ira. Dios espera y advierte numerosas veces al ser humano para que se arrepienta y se vuelva a Él para poder, en lugar de derramar su ira, derramar su perdón y misericordia. La ira no es un capricho de un Dios que no comprende a su creación. La ira es la respuesta adecuada, santa, y justa para el pecador que se resiste al arrepentimiento.


Por esta razón, Dios derramó su ira en su Hijo Jesucristo para que esa misma «copa de la ira» no tuviera que ser derramada en el ser humano pecador, y así librarlo de una eternidad en el infierno. La ira de Dios expresa la respuesta acertada de Dios ante el pecado; sin embargo, el llamado hoy en día es arrepentirse y volverse a Dios, para que en su lugar Dios derrame todas las bendiciones del nuevo pacto firmado e inaugurado por la sangre derramada del redentor.

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